El silicio es el segundo elemento químico más común de la corteza terrestre - solo superado por el oxígeno-, donde se encuentra en forma de silicatos, los cuales se filtran naturalmente en pequeñas cantidades, como silicato soluble, o « ácido silícico » en ríos, lagos y manantiales.
El dióxido de silicio es, por definición inorgánico, ya que se trata de arena; sin embargo, las plantas absorben estos compuestos de silicio y los transforman en fitolitos, una forma no cristalina que puede ser asimilada por los seres vivos, también conocida como silicio orgánico. De esta forma el silicio aparece en todos los seres vivos, sobre todo en las plantas - de donde se alimentan los demás. Su mayor concentración se encuentra en vegetales de hoja verde como la lechuga, además de en la soja, la remolacha, las espinacas, los cereales integrales, el aguacate o la avena. También se halla en algunos alimentos procesados y carnes pero su concentración es bastante inferior a la de los vegetales y alimentos sin procesar.
El silicio en su forma orgánica existe en casi todas las partes del cuerpo humano, en especial en las uñas, cabello, dientes, huesos y sobre todo en el tejido conectivo. Esto hace que se utilice mucho en tratamientos de belleza, para revitalizar la piel arrugada y flácida, fortalecer las uñas o dar vida al cabello. También está presente en multitud de complementos deportivos, dada su función en la formación de huesos y tendones.
Cualquier tipo de alteración, ya sea lesión o enfermedad, causa perturbaciones en la función de las células, lo que afecta a la polaridad o propiedades eléctricas de las mismas. El silicio orgánico es capaz de corregir estas perturbaciones y devolver al cuerpo su equilibrio. Así, las células son capaces de resistir infecciones y reparar sus daños, lo que explica sus variopintas propiedades: